El estudio de la Historia es uno de los ejemplos más claros de descomunicación. Cuando estudias la Historia a partir de personajes o países introduces ya un sesgo evidente, -la importancia del personaje, el concepto mismo de país o las circunstancias del país elegido-, que condiciona el análisis y las conclusiones que sacarás del mismo. Este método no siempre es malo. Muchas veces es útil y necesario. Pero utilizar este método sin prevención provoca una visión policíaca de la historia dirigida a encontrar causas y culpables que condiciona fatalmente tanto las preguntas que nos hacemos al analizar la Historia, como los resultados mismos de los análisis.
Matthew White se ha preocupado de realizar una Atlas de la Humanidad, con exposición cruda de datos, sin calificativos ni conclusiones. Resultado de sus años de trabajo es el El libro negro de la humanidad: Crónica de las grandes atrocidades de la historia. En él se analizan acríticamente las 100 mayores atrocidades de la humanidad, utilizando como único parámetro el del número de muertes. Es todo un avance: ya no se analizan las batallas por generales, ni por religiones, ni por ideales…solo por número de muertes. Es una lectura imprescindible.
White no solo nos acerca los datos, sino que nos regala las siguientes reflexiones:
«A pesar de mi escepticismo sobre la existencia de algún hilo común que vincule a todas estas cien atrocidades, encontré algunas tendencias interesantes. Compartiré con el lector las tres grandes lecciones que aprendí mientras trabajaba en esta lista:
1. El caos es más letal que la tiranía. Muchos de estos exterminios son producto del desplome de la autoridad más que del ejercicio de la autoridad. En comparación con un puñado de dictadores como Idi Amin y Saddam Hussein, que ejercieron su poder absoluto para matar a cientos de miles, encontré más insurrecciones y más mortíferas, como el Período Tumultuoso, la guerra civil china y la revolución mexicana, en las que nadie ejerció el suficiente control como para detener la muerte de millones de personas.
2. El mundo está muy desorganizado. Las estructuras de poder tienden a ser informales y transitorias, y muchos de los grandes nombres que aparecen en este libro (por ejemplo, Stalin, Cromwell, Tamerlán o César) ejercieron una autoridad suprema sin desempeñar cargo permanente alguno en el gobierno. La mayoría de las guerras no empiezan nítidamente con declaraciones y movilizaciones ni terminan con rendiciones y tratados. Tienden a desarrollarse a partir de escaladas de violencia, decaen cuando todos están demasiado exhaustos para continuar, y suelen ir seguidas de impredecibles réplicas. Soldados y naciones cambian de bando alegremente en plena guerra, a veces en plena batalla. La mayoría de las naciones no están tan claramente delineadas como cabría esperar. En realidad, algunas naciones beligerantes (yo las denomino estados cuánticos) no existen del todo ni dejan de existir del todo; al contrario, flotan en el limbo hasta que alguien gana la guerra y decide su destino, que entonces se aplica retroactivamente a anteriores versiones de la nación.
3. Las guerras matan a más civiles que a soldados. De hecho, el ejército suele ser el lugar más seguro durante una guerra. Los soldados están protegidos por miles de hombres armados, y obtienen la mejor comida y la mejor atención médica. Entretanto, aunque no sean sistemáticamente masacrados, los civiles normalmente sufren robos, son desahuciados o mueren de inanición. Sin embargo, sus historias quedan a menudo silenciadas. La mayoría de las historias militares apenas esbozan el sufrimiento masivo de los civiles de a pie, desarmados y atrapados en la contienda, a pesar de que la suya es la experiencia de guerra más corriente.»
Matthew White. El libro negro de la humanidad:Crónica de las grandes atrocidades de la historia