—Lo siento Javier, pero al final no podré venir a cenar.—
—Hoy vengo yo a buscarte al colegio.—
—¿Cuándo puedo venir al despacho a preguntarte unas dudas?—
—¿Os va bien que venga con vosotros al cine?—
Estas y otras docenas de expresiones similares vuelven locos a los peninsulares de habla española que viven en Mallorca….a los forasters, dejemos los eufemismos, pues esta entrada va de tratar de descifrarnos. Hoy, en beneficio del entendimiento mutuo entre especies, trataré de explicar el uso que hace un mallorquín de los verbos ir y venir. Uso que el día a día ha demostrado inescrutable para un foraster y que causa no pocos malos entendidos y frustraciones a los que llegan a la Isla o viven en ella, no importa los años que haga que estén aquí, tan escurridizo se les hace el significado.
En principio no parecería cuestión compleja, ya que es habitual que entre más de 500 millones de hispanohablantes se otorguen diferentes significados a iguales palabras a causa de tradiciones distintas, deformaciones en el uso o interferencias con otras lenguas. Es, precisamente, la interferencia entre el mallorquín y el español el origen de los equívocos, ya que está perfectamente documentado que la mayoría de lenguas romances, el mallorquín entre ellas, utilizan los verbos ir y venir de una manera diferente, más flexible y más amplia, a la que lo hace el español, que les otorga un significado unívoco, simple y tajante. Pero la cuestión etimológica no es la verdadera barrera. Hay también un componente atávico y cultural: reconozcamos que no hay nada más difícil para un mallorquín que ser univoco, simple y tajante…y aceptemos que no hay cumbre más arisca para un foraster que la de aprehender la calculada ambigüedad mallorquina. No es, por tanto, un problema semántico lo que nos separa, sino un verdadero choque cultural, que se hace cada día más insuperable pues esa perplejidad del foraster es el estímulo esencial que necesita un mallorquín para recrear esa ambigüedad y negligencia calculada en el uso del lenguaje. La distancia no está en tanto en la flexibilización del uso del ir y venir que hace el mallorquín, igual al de otras lenguas romances, sino en la satisfacción que encuentra el mallorquín en que exista esa distancia y la poca ayuda que otorga al foraster para que pueda comprenderlo. En este sentido, el uso que hace un mallorquín de los verbos ir y venir es una de las más claras expresiones de ese choque foraster-mallorquín.
En castellano, el sentido normativo de ambos verbos es muy claro: venir es llegar a donde está quien habla (¡Ven aquí -donde estoy yo-!); e ir es moverse a un lugar apartado de la persona que habla (Esta tarde iré a recogerte al colegio -donde yo no estoy-). En castellano, por tanto, ambos verbos parten de una concreta referencia física, que está determinada por el lugar donde está el hablante. Fácil, sencillo y práctico.
Por su parte, en mallorquín, el significado de venir es diferente: venir es transportarse al lugar donde está, estaba o estará el hablante, o incluso al lugar donde está, estaba o estará el oyente o, para acabar de facilitarlo, a un lugar en el que no está el hablante (En acabar la feina al despatx, vendré a sopar -no estoy en casa, pero estaré para cenar-). Por su parte, anar es moverse hacia un lugar o cosa, (Demà aniré a cercar llenya a la finca). En mallorquín, por tanto, venir tiene un uso mucho más extenso que en español, asumiendo una parte muy importante del uso del verbo anar, que en mallorquín queda reducido a desplazamientos asépticos, sin relación de acercamiento entre el hablante y el oyente. Y aquí está la clave: en mallorquín se usa venir también cuando el desplazamiento entabla una relación entre hablante y oyente. En este caso, en mallorquín se le añade un actuante al verbo que en español no se emplea: las acciones de ir y venir no afectan exclusivamente a un agente, -la persona que se desplaza-, sino que incluyen a dos agentes: el que se desplaza y el que le espera (la frase Avui vendré a sopar presupone que irás a cenar al lugar donde está el oyente y cenarás con él). Así, en español, la única persona que participa en la acción es el hablante y, de este modo, se parte de una referencia de lugar concreta conocida previamente. Mientras que en mallorquín, además de este uso simple, se incluyen los usos en los que se produce la reunión de varios agentes, el hablante y el oyente y/o otros, hasta el punto de que lo relevante es esta reunión y la referencia de lugar es innecesaria e, incluso, puede tratarse de un lugar no conocido previamente: la referencia es a los agentes que se van a reunir.
Este uso del verbo venir en mallorquín encaja como anillo al dedo al carácter reservado, prudente e incluso taimado del mallorquín. ¿Qué mallorquín en su sano juicio manifestaría directamente su deseo de ir a cenar si no supiera de antemano quién le va acompañar? Un simple ejemplo sirve para explicarlo. Imaginemos una pequeña reunión de abogados mallorquines hablando de la próxima cena anual del Colegio de Abogados. Si uno de ellos le pregunta a otro, sin preludio ni anestesia, —¿Irás a la cena del Colegio?—, genera una ecuación de imposible resolución para un mallorquín, que no sabe si el otro va a ir y no sabe, por efecto de la mallorquinidad, qué debe responderle: Si le digo que sí, ¿me comprometerá a ir con él? ¿Se apuntará conmigo sin haber yo calculado las posibilidades de ir con él o con otros? ¿O él no irá y tendré que ir yo por mi cuenta sin que me apetezca pues ya he dicho que sí y por mis muertos que no voy a desdecirme? Si después me dice que él también viene, ¿será libremente o porque se ha visto comprometido por mi respuesta? Si le digo que no, ¿me dirá que él sí que va y entonces me quedo fuera, pues evidentemente no voy después a cambiar de opinión aunque me muera de ganas? Una pregunta directa como esta genera en el mallorquín una cascada de especulaciones y posibilidades que le aproximan al colapso y la parálisis total, incluso si se pregunta en los círculos más cerrados e íntimos, y que acaban inexorablemente en encierro en sí mismo y que puede tener consecuencias incalculables para una relación e incluso para una amistad, (los efectos de una pregunta directa sobre una relación de amistad no se pueden explicar aquí, es mallorquinidad avanzada y se necesita una tesis doctoral para desentrañarlo). Este tipo de exposición sin red es demasiado para un mallorquín y debe evitarse a cualquier precio. De ahí la necesidad de un instrumento de comunicación que limite las especulaciones: —¿Vendrás a la cena del Colegio?— acaba con este problema: el hablante, (que previamente ya ha podido calcular todas las opciones y normalmente ya sabrá la respuesta), adelanta que él también va y, por tanto y también en clave mallorquina, adelanta que le va bien que tú vayas con él. Ahora se puede responder sin problema: —Sí, iré y ya me dirás cómo quedamos—, o —No, tengo un bautizo, una boda y una comunión ineludibles el mismo día y los dos días anteriores y posteriores, y no puedo ir aunque me hubiera encantado ir contigo y por favor no te ofendas porque te haya dicho que no.—. Cambiar este código de comunicación es imposible para un mallorquín: la parte gramatical es lo de menos, es la exposición que supone.
Hay mil ejemplos de situaciones que dan fe de la utilidad de este código:
—¿Vendrás a comer a casa mamá?— es radicalmente diferente a —¿Irás a comer a casa mamá?—. En la primera el que pregunta también va y el que tiene que responder ya lo sabe. En la segunda el que pregunta no va y está claro que si el preguntado no va algo malo ocurrirá.
—Javier vendrá al despacho el martes que viene— avisa de que tendremos que estar y esperarle. El hablante seguro y el oyente preferiblemente.
Igual que —Luis, esta tarde vendremos a verte a casa—, …más vale que estés ahí.
—Ahora vengo— no deja lugar a la duda: tú estarás allí esperándome.
—¿Irás a la fiesta de Blas?— Está claro que el que pregunta no va a ir…y muy probablemente el preguntado no deba ir tampoco…por alguna razón que solo ellos dos saben…pero está ahí…latente.
En fin, hasta aquí mi humilde aportación a la fraternidad entre los pueblos. Un primer paso para descifrar lo indescifrable. No digo que sea fácil entenderlo, pues dependerá también de otras cuestiones como la importancia de la cita o lo retorcido del otro afectado, pero al menos así sabemos dónde estamos.
Parecida confusión genera el uso del traer y llevar por parte de los mallorquines de cepa que llevan (o traen) de cráneo a los forasters (qué traigo a la cena en tu casa, Juan? ja diràs…)
Pues eso, ya dirás… bonitas reflexiones
¡Muy bueno!. Ojalá alguien me lo hubiera explicado así de indescifrablemente claro. Abrazo.