Creo que es una pregunta bastante oportuna y mucho más seria de lo que podría parecer.
Hoy en día odiamos mucho. Dedicamos mucho tiempo al odio. Al sentimiento de irritación e indignación. Hoy odiamos al equipo contrario, nos indigna el partido político contrario, nos irritan las ideas contrarias. Ponemos a parir a los profesores de nuestros hijos en los grupos de Whatsapp, criticamos los trabajos que encargamos, nos soliviantamos en cuanto podemos en un restaurante. Analizamos cualquier asunto de actualidad con acritud e indignación, … ¿Es compatible tanta dedicación a sentimientos negativos con disfrutar al mismo tiempo de sentimientos positivos y constructivos? ¿Es compatible odiar y amar?
Para responder debemos acotar un poco la cuestión. Los términos amar y odiar son tan amplios que si no acotamos caemos seguro en equívocos: a primera vista parecería que es imposible amar y odiar a la vez. Son dos sentimientos radicalmente opuestos y no es posible sentirlos al mismo tiempo. Sin embargo, si profundizamos un poco, es cierto que quizás podamos distinguir un estado de amor u odio, frente a un sentimiento o sensación de amor u odio, que quizás permita compatibilizar ambos: un estado de amor/odio sería un estadio superior, estable y duradero, y una sensación de amor/odio sería un sentimiento momentáneo, intenso pero caduco, que no llegaría a romper ese estadio superior.
Así pasa por ejemplo con la felicidad: ser feliz no es lo mismo que estar feliz. Puedes haber alcanzado la felicidad en tu vida, -con la familia que querías, con el desarrollo personal y profesional que querías, con las condiciones de vida que querías-, pero tener momentos de infelicidad: un golpe con el coche, una multa injusta, una discusión con tu hija… Ese día será un día malo. Un día infeliz. Pero aunque estés infeliz, sigues siendo feliz. Estás, -sensación-, infeliz, pero eres, -estado-, feliz.
Aunque con ciertas diferencias, la mismo pasa con el amor y el odio. Tú puedes vivir en un estado de amor, amor a tu pareja, a tus hijos, a tu trabajo y, al mismo tiempo, sentir momentos de odio o enfado. Contra ellos, -sobre todo el trabajo-, o contra otras cosas: puedes amar la vida y, al mismo tiempo, odiar determinadas cosas, personas, situaciones.
Así pues, parece que, profundizando un poco más, hemos llegado a concluir que es posible amar y odiar al mismo tiempo.
Sin embargo, quizás sea necesario rascar todavía un poco más. Porque si parece correcto decir que en ocasiones se puede amar y odiar a la vez, también es cierto que no se puede amar y odiar a la vez todo el tiempo. Volvamos a la felicidad. Es evidente que puedes tener una vida feliz y, al mismo tiempo, tener días malos y momentos infelices. Sin embargo, a la larga resulta imposible tener todos los días malos y seguir siendo feliz. Igualmente no puedes tener una vida de amor si te pasas todo el día odiando. No puedes amar la vida si te pasas todo el día odiando, enfadado o indignado.
Este es el punto al que quería llegar. ¿Es compatible esa cultura del odio, de la indignación, con amar la vida? No es una pregunta abstracta, meramente espiritual o retórica. Es una cuestión social de primer orden. A diferencia de la felicidad, el amor y el odio no son dos estados pasivos, que se disfrutan más o menos pasivamente, como quien disfruta una renta, producto de una buena inversión o una buena herencia. No. El amor y el odio son estados activos. Estados que se ponen en práctica, que implican acción. De modo que si no practicas el amor, si no realizas acciones de amor a la vida, de cualquier tipo, no amas la vida. Si solo practicas acciones de odio, no amas la vida. Y como cualquier acción humana, cuanto más la realizas, cuanto más la pones en el centro de tu vida, más te absorbe y desplaza a las demás.
Así pues, en mi opinión, estamos ante un verdadero problema o epidemia social. La dinámica preponderante hoy en día de acercarse a todas los asuntos colectivos de manera no meramente crítica, sino hiriente, con enfado, alarma o indignación, es una dinámica destructiva. Hoy en día, el análisis que se hace públicamente de los asuntos que atañen a la convivencia social es siempre hiriente y lacerante: se juzga a insultos la actuación del Gobierno, a pedradas se juzgan las resoluciones judiciales, a cuchilladas las cosas del fútbol, …, y todo lo demás. Cuanto análisis se aborda sobre la cosa común se hace de forma despiadada: cuando se habla de enseñanza, la nuestra es la peor y siempre aparece antes al culpable que la solución; si hablamos de sanidad, todo son males y defectos; si hablamos de partidos políticos, malos; de periodistas, lo peor; de jueces, ya ni hablamos; los políticos, lo peor de lo peor, etc… Analizamos desde el odio y la indignación. Cultivamos y practicamos la ofensa cada hora de cada día. ¿Cómo amar y disfrutar de lo que hemos creado desde esta cultura del odio? ¿Es posible disfrutarlo? Creo que no. La frustración que se achaca a las sociedades occidentales, esta ola de decadencia y cierta desesperación, no viene de los fracasos, de la crisis económica, de los problemas que existen, sino de la manera de enfrentarnos a ellos. De esta dinámica de odio tan destructiva. Esta es la verdadera causa de la degradación social: hemos evolucionado de una época acrítica con el poder a una época de ataque y absoluta falta de respeto hacia el ejercicio del mismo, de frustración y odio, que conlleva una pérdida de referencias y nos sumerge en una crisis de grandes dimensiones y desenlace incierto.
Muy oportuno y acertado.